Page 15 - Viaje de fin de curso (Maturalac) - Branka Primorac
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– ¡Vete vagabundo! –dijo Ana bruscamente enojada porque tenía
            que obedecer la orden de la profesora.
                Se sentaron en sus asientos. Mirta al lado de la ventana y Ana a su lado.
            Detrás de ellas quedó una fila de asientos, justo aquella con la que contaba
            Ana. Eso no se le escapó. Quizá por eso se sentó tan tranquilamente, ca-
            llada. Por fin, la guerra entre las dos eternas rivales no estalló. El hacha de
            guerra quedó enterrada por algún tiempo. El profesor de educación física se
            paseó por el autocar entre los asientos, contó a los presentes y dijo:
                – Treinta y tres. Todos están aquí. Podemos partir. ¡Una cosa más,
            jóvenes! Los choferes Mirko y Marijan les saludan y les piden que no
            coman dentro del autocar.
                – ¿Y está permitido fumar? –se interesó Smuki con una risilla,
            acariciando un mechón de su nuca; recién cortado. Estaba sentado al
            lado del torpe Dado. Este justamente terminaba un sándwich y trataba
            de metérselo en la boca lo más rápidamente posible. Casi se ahogaba
            quitándose las migas de la barba y los pantalones, queriendo al mismo
            tiempo tapar la boca a Smuki porque sabía que este no hablaba sólo para
            bromear. En su mochila, en verdad, tenía un paquete de los prometidos
            cigarrillos Marlboro. Apenas estábamos en la víspera de nuestro viaje y
            ya nos mostraba su tesoro. Y no sólo eso, del bolsillo pequeño de delante
            de la mochila, sacó un paquetito más pequeño que una caja de fósforos,
            en el que no había nada escrito o lo que nosotros no vimos debido a su
            velocidad al enseñárnoslo. Seguramente parecimos muy estúpidos.
                – Las gomitas, muchachos, los preservativos. ¡Vosotros las olvidas-
            teis! Pero, Smuki piensa en todo. ¿Por qué abren tanto la boca, lagartos?
            ¡Ay, qué compañía!
                Sorprendido por nuestra ignorancia y con una fría reacción. en vez
            de entusiasmo, se fue ofendido. Quizás estaba avergonzado, quien sabe.
            El único que reaccionó fue Dado. En seguida encendió todos los apara-
            tos que tenía consigo y se trataba, sin exageración, de un equipo bastan-
            te sólido de una foto-sección escolar o de un cine club de aficionados.



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